Soy madre de dos hombrecitos. A los dos los he amamantado exclusivamente, al primero afrontando infinidad de dificultades, y al segundo con una lactancia exitosa, libre de dificultades.
Ambos nacieron por cesárea, cada operación con experiencias casi opuestas.
Durante el embarazo de mi primer hijo, tuve poca conexión con él, probablemente porque una parte de mí se negaba a dejar atrás la vida que tenía.
Buscamos un parto natural, sin embargo este no se presentó y en lugar de este me practicaron una cesárea, una operación rutinaria, sin complicaciones, o eso era lo que pensábamos. En el momento que nació lo pusieron junto a mí por unos segundos; el pediatra me dijo, “Háblele” y yo, tal vez por los efectos de la anestesia, no sabía que decirle, ni siquiera recordaba el nombre que habíamos decidido ponerle. Quise tocarlo pero no pude, no recordaba que estaba amarrada, mucho menos me paso por la mente amamantarlo, y al instante se lo llevaron llorando. Para mí era difícil ver al bebé que me pusieron a la par como mío.
No supe que eran las lágrimas de convertirse en madre y en ese entonces no me pareció importante, no pude establecer que las prácticas hospitalarias que consideramos normales o rutinarias durante una cesárea fueron las que impidieron conectarme con mi hijo.
Pasadas seis horas tuve la oportunidad de cargar a mi recién nacido, no le di importancia a la separación. No sabía que esa separación iba a repercutir en grandes dificultades para amamantarlo.
Recuerdo que durante mi estadía en el hospital contaba a manera de chiste como había olvidado el nombre de mi hijo; definitivamente nuestra conexión aún no había llegado.
Llegamos a la casa y se iniciaron a presentar las dificultades. Por parte de él, dificultad para prenderse al pecho y por mi parte ductos obstruidos y mastitis, problemas que se presentaron casi durante todo el periodo de la lactancia.
Los días pasaron y paulatinamente se dio el apego, finalmente me enamoré perdidamente del hombrecito que luchaba para prenderse al pecho y yo luchaba junto con él para que lo lograra. Poco a poco fuimos afrontando las dificultades; me acerque a la Liga de Leche y fue ahí donde encontré apoyo e información que me hicieron responder tantas inquietudes respecto a mi maternidad y descubrí que habían otras familias con situaciones similares que fueron compañía en esos momentos.
Puedo decir que aunque no siempre el inicio es como esperamos, las dificultades pueden superarse. Amamantar a mi primer hijo fue el reto más grande que he superado en mi vida y por lo mismo el mayor logro. Tal vez no supe que eran las lágrimas de verlo nacer, pero gracias al apego que nos dio la lactancia, descubrí el amor de una madre y las muchas lágrimas que pueden derramarse por verlo crecer junto a mí.
Entendí que mi primera historia no podía cambiarse, pero no era tarde para cambiar una segunda historia; leí, pregunté, me informé, me preparé para lograr un mejor parto futuro, un apego inmediato y un buen inicio en la lactancia.
En cuanto supe que estaba embarazada de mi segundo hijo, busqué los profesionales correctos y el hospital que me permitiría un parto humanizado. Como bien dije, mi primer parto fue una operación rutinaria, no tengo malos recuerdos de cómo fue, sin embargo, sabía que podía existir algo mejor.
Cuando llegó el tan esperado día del parto de mi segundo hijo, llegamos al hospital en donde me recibieron como en casa. No sentí la adrenalina de mi primer parto. Llegué a la sala de operaciones, en donde estaban únicamente las personas que debían estar, no me sentía observada, sabía que algo maravilloso estaba por llegar. Y así fue, esta vez sí supe que fue derramar lágrimas por la llegada de un hijo, inmediatamente lo pusieron en mi pecho y se quedó junto a mi durante toda la operación, esta vez no escuché llantos por más de media hora únicamente escuchaba la respiración de una personita cerca de mi pecho, listo para prenderse. Finalizó la operación, más corta de lo esperada y junto con mi bebe pasamos por unos minutos a la sala de recuperación y en cuanto llegamos, el calostro fluyó, nunca imaginé, que mi cuerpo podía responder a las necesidades de mi hijo de una manera tan inmediata.
Permanecimos juntos, piel con piel, durante todo ese primer día, no hubo necesidad de bañarlo o que se lo llevaran. Lo único que necesitaba él era el calor de su madre y el pecho que ahora lo acompañará por un buen tiempo.
Ahora sé que un parto no puede ser algo rutinario, es un evento trascendental en la vida de una mujer y una familia. Es el momento en el que nacen dos nuevas personas, un nuevo ser que llega al mundo para estar en el pecho de su madre y una nueva mujer que nace para recibirlo.
Es cierto, nada ni nadie, puede prepararnos para convertirnos en padres, pero sí es posible aprender de otras experiencias. Sé que es difícil saber de qué nos perdemos si no lo hemos vivido y es por esto que comparto mi testimonio, para que otras familias puedan entender la importancia del apego inmediato. Los niños nacen con el instinto de succión y si nos separan de ellos muchos niños pierden ese instinto y eso puede repercutir en grandes dificultades que pueden poner en riesgo la lactancia.
Invito a todas las madres a empoderarse de su maternidad y a ir más allá de lo que se piensa son los mejores protocolos médicos. Sólo de esta forma podremos asegurarnos que con la llegada de nuestros hijos únicamente existan lágrimas de alegría.
María Fernanda Barrios
Líder Liga de La Leche Guatemala